(Mientras lees, te recomiendo escuchar:)
No sé quién piensas que soy.
Y realmente, pienso que no lo sabes;
porque yo tampoco sé hacia donde voy.
Mientras mis latidos cuentan las opciones,
puedo dejar de pensar y elegir la peor.
Puedo fingir bajo el riesgo de no vivir
por temor a cometer un error.
Puedo estar a un paso de perder la razón,
y después alejarme, con tal de no llamarle amor.
No, no sé quién piensas que soy.
Yo también he saltado al abismo.
Me han mirado a los ojos y he quedado así:
como un sentimiento desnudo,
al que sostienes en un suspiro profundo,
y dejas ir, regresando siempre aquí.
Aquí.
A este lugar del que tanto me cuesta salir.
Al que le sonrío para recordarme lo que se siente ser feliz;
para mantenerme lejos de él, de ese vacío inerte,
donde la luz no me llena, el fuego no me quema, pero el silencio hiere.
Necesito encontrarme así, vulnerable.
Resignarme a la idea de pertenecer a esa libertad dominante.
Que me grita con una sinceridad constante
que no hay otro cielo mejor que besarte.
Que mi fragilidad entre tus brazos,
toma valor y se corporiza delirante.
Y que, súbitamente, podría volar hacia cualquier parte.
Porque ya no pertenezco, soy un recuerdo errante;
que no espera ni anhela, pero ansía volver a encontrarte.
No sé quién piensas que soy.
Pero, realmente, pienso que ya lo sabes,
porque yo también tengo miedo.
Y cayendo, me aferro a lo que encuentro sin saber qué es.
Creyendo, desde el centro del deseo de que seas tú.
Tú.
Quien también salte al abismo.
Quien me mire a los ojos y me haga quedar así:
como un sentimiento desnudo,
al que sostengas en un suspiro profundo,
y no dejes ir.