He encontrado una solución temporánea
que, si bien no es mi salida exacta,
ni mucho menos lo que buscaba;
es similar a la tranquilidad y al agua clara.
A una superficie que no tiembla,
que permanece intacta.
Pero en la profundidad de esas aguas
se agita una ciudad,
se escucha el tráfico.
Es escenario de dos transeúntes que cruzan por calles estrechas.
Que chocan y se miran, mas no se detienen, caminan.
Y así pasan su día, su tarde y su vida;
que podría ser de un desconocido, la tuya o la mía.
Donde el tiempo es un invento de quien no se imagina
un momento eterno o una vida que no termina.
Es creación de algún solitario masoquista,
que cuenta todos los segundos,
pero no recuerda ninguno.
Me acostumbraré a pasar sobre ese espejo de agua.
Negándome a mirar su reflejo y encontrar ahí mi mirada.
Porque de ser así, desataría el viento.
Romperían las olas y todo sería movimiento.
Recordaría entonces que jamás hubo calma,
que soy parte de esa ciudad que nunca calla.
Que me sofocan sus minutos pero me alimento de ellos.
Y que en medio de nuestros trayectos,
apenas encontramos el tiempo
para ser esos dos que chocan y se miran, mas no se detienen:
Caminan, caminan, caminan...
Y se olvidan.
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